viernes, 29 de junio de 2007

Infancia azul y blanca


Mi infancia no es un tiempo, ni siquiera un lugar. Es un equipo de fútbol. Y unos nombres: Arconada, Zamora, Satrústegui, López Ufarte. Los pronuncio y se me llena la boca de plastilina, colacao con campurrianas, tebeos de El Capitán Trueno, recreos, charcos, calcetines comidos por los zapatos.

Pienso en mi niñez y me viene a la cabeza el traje naranja y negro de Arconada. Todos los niños queríamos tener ese traje. Arconada era Dios. Y Lopez Ufarte el espíritu santo.

Era una promoción especial de la caja de ahorros. Esa foto inundó todos los hogares de Guipúzcoa a principios de los 80. Regalaban un juego de bandejas metálicas con la foto de los campeones. Coliflor con patatas y Zamora. Trikitixas metálicas y Perico Alonso. Bombonas de butano y Celayeta. Cafe con leche, magdalenas y Górriz. Estuches de cremallera, transportadores de ángulos y Satrústegui. Mocos. Paperas. Paradas de Arconada.

La Real está en segunda y no me importa. Mi Real siempre será campeona y siempre olerá a coliflor.

jueves, 28 de junio de 2007

Membranas interdigitales

Mi película es un montón de arena.

La he ido trayendo a mi habitación durante meses. Con paciencia, grano a grano. Cuidando de que el color, la textura y los reflejos fueran los adecuados. Seleccionándola.

A veces traía un montoncito de arena nueva desde una playa lejana, los bolsillos de los vaqueros hasta arriba, los granos enredados entre los hilos azul claro y los restos de kleenex. Y al llegar a casa tenía que deshacerme de ella porque no se parecía al montón que ya tenía.

O me entraban unas ganas insoportables de enchufar la aspiradora y !!!uuuuuuuuuushhhhhh!!!, sentirla repiquetear (qué placer) a lo largo del tubo de metal hasta verla desaparecer de la tarima flotante y poder empezar así, sin remordimientos, con otra arena. Una nueva, una del Caribe. O de más allá.

Le he ido cogiendo cariño a mi montón. Todos los días lo miro. No me gusta que sea un simple montón, siempre en peligro de perder algunos granos. Eso sí, su momento está al llegar.

He dejado de recoger arena porque he calculado que tengo la cantidad exacta y precisa. La he medido y remedido, y sí, estoy convencido. Será una figura preciosa. No tengo más que recoger mi montón y colocarlo en el molde que me he fabricado...y voilá, tendré mi escultura, tal y como la he diseñado, tal y como la he imaginado más de mil veces.

Si no tuviera tanto miedo. Conozco mis manos. Son torpes y débiles. Hago pruebas: las junto y las aprieto mucho, la una contra la otra. Y veo fisuras, grietas, huecos. La arena se me escurrirá. Lo sé. No podré llevar a mi molde toda la arena que he recogido. Unos cuantos granos se perderán en el camino y mi escultura no será la que he diseñado.

Sólo espero que no le falte ningún miembro y que se parezca a lo que había imaginado. Que tenga un aire por lo menos. Que no me pase como aquella vez que hice un molde de una jirafa y me salió un perro salchicha.

A ver qué pasa. Hasta que llegue el momento no me queda más que ejercitar mis manos y tratar de reducir el tamaño y el número de huecos.

Quién tuviera membranas interdigitales.


miércoles, 27 de junio de 2007

Las espirales y las gafas mágicas

Él y ella viven a lomos de una gran espiral.

Cuando están montados sobre la espiral del amor, cada paso los lleva a una posición mejor que la anterior: mejores vistas, un aire más puro, una luz más intensa.

Una fuerza cálida, irresistible y descomunal los arrastra. Suben y suben. Acción-reacción-acción-reacción. Todo marcha. Siempre hacia arriba. Más que ayer pero menos que mañana. Muy bonito.

Pero.

Con la espiral del amor se entrelaza de forma obscena la espiral del odio. En algunos puntos la distancia entre ambas es crítica. Una palabra mal dicha, un gesto inoportuno y se ven en la espiral equivocada. Allí reina otra fuerza tan brutal como la anterior, ésta fría e implacable, que los arrastra hacia el fondo, donde cada vez hay menos luz.

A veces, maniatados, amordazados y cegados por la oscuridad, pierden de vista la otra espiral y se olvidan de que existe, de que antes viajaban por ella. Qué miedo.

Ahora él y ella han encontrado unas gafas mágicas. Con ellas es fácil. Con ellas pueden ver la espiral del amor desde cualquier punto, por muy negro que esté a su alrededor. Deben de tener una especie de infrarrojos. Con ellas ven cuándo pasa la espiral a su lado. No tienen más que esperar a tenerla cerca, un pequeño salto y ... hop!

Saben que volverán a caer en la otra espiral. Lo llevan escrito en su ADN. Pero no les importa porque tienen sus gafas mágicas.

martes, 26 de junio de 2007

Nuestros niños y nuestras madres

Hace poco me contaba un amigo, con cierto sentimiento de culpa, que no le caía bien uno de sus sobrinos, un chaval de 7 años. Que no lo podía evitar. Que no era un sentimiento pasajero o una salida de tono gratuita, sino algo real y consistente.

Mi primera reacción fue echárselo en cara. Cómo te puedes poner a tus treintay a la altura de un niño de 7 años y juzgarle de igual a igual. Esto no funciona así. Un niño no es todavía una persona completa, no puede merecerse sentimientos adultos. A un niño no se le puede reprochar nada, no conoce las reglas del juego todavía. Ya tendrá tiempo de ser un hijodeputa y de ganarse tu odio.

Con las madres ocurre algo parecido. La madre pasa por ser uno de los símbolos universales del amor y de la bondad. De la comprensión. De la generosidad. De las más elevadas virtudes del hombre, vaya. Pones a parir a una madre y te equiparan automáticamente al mismísimo diablo.

Pero a mí algo no me cuadra.

Existen personas imbéciles, o egoistas, o violentas, o vanidosas, o envidiosas? Por supuesto. Y algunas de estas personas son mujeres? Sí. Y algunas de estas mujeres engendran y dan a luz? Sí. Y al dar a luz, algo hace "clic" en sus cerebros y se transforman en un ser superior, infalible e inmaculado llamado "madre"? Lo dudo.

No nos libramos de lo que somos. Ni siendo niños y comportándonos como tales. Ni siendo madres, ni siendo padres.

El niño de la foto nació el 20 de Abril de 1889 en Braunau am Inn y murió el 30 de Abril de 1945 en Berlín, antes de ver el imperio de sus sueños definitivamente arrasado por los aliados.

lunes, 25 de junio de 2007

El fuera de campo

Uno de los recursos narrativos que más me gustan y que peor se usan en el cine es el "fuera de campo". Como la teoría todos nos la sabemos muy bien no hace falta que nadie nos explique lo importante que es la administración de la información: el control de lo que contamos y de lo que no contamos. Lo que mostramos y lo que no mostramos. La velocidad a la que mostramos. El punto de vista desde el que mostramos. En fin, las madres del cordero de toda la cosa ésta de contar cuentos.

En el audiovisual es todo un poco más delicado que en el resto de disciplinas artísticas (toda obra de arte está contando algo, no?) porque las herramientas de las que disponemos para contar son tan brutales, tan numerosas y tan exhaustivas, que muchas veces lo difícil es no contar. Si cuentas, ya no sugieres, y estarás cometiendo el mismo error que esa jovencita que para calentar a su príncipe azul se queda en cueros en el minuto 1, cuando él preferiría disfrutar de un trabajo más "imaginativo" antes de encontrarse de golpe con todo el pastel. Y es que eso que él se imagina es en muchos casos mejor que lo que luego se le ofrece.

Por eso es tan importante saber renunciar a la narración explícita en favor de la capacidad de sugestión. Si tengo 6 ó 7 posibles canales para llevar información a mi receptor, estaría bien que renunciara a unos por aquí y a otros por allí para que él complete el puzzle con su aportación personal, que, no sé muy bien por qué, enriquece la experiencia de forma letal. Siempre he creído que ésta es la gran ventaja de la literatura sobre el cine: la aportación del receptor.

Por supuesto, aquí nos movemos en una finísima linea, la que separa una escena que sugiere de una que no se entiende, que es donde muchos directorzuelos de segunda división nos metemos la ostia...

Todo esto parece trivial sobre el papel, pero qué jodidamente complicado es hacerlo ahí fuera.

La semana pasada ví "La soledad", la nueva maravilla de Jaime Rosales. Ahí me encontré con uno de los "fuera de campo" más emocionantes, efectivos y consecuentes que he visto en mi vida. En la escena en cuestión Adela llega a su casa después de la muerte de su hijo y su compañera de piso, Inés, la espera planchando. Mantienen una conversación en la que sólo se nos da un plano fijo de Inés. A Adela la oímos pero no la vemos. Pues bien, su presencia, su dolor, su tristeza y su rabia se apoderan del plano de una forma increíble. Sin ninguna imagen de ella, sin ninguna palabra altisonante. Milagros del fuera de campo. Creo que ninguna otra estrategia para esa secuencia nos habría dado a una Adela más presente.

Para conseguir esos minutos de cine puro no basta con saber de narrativa cinematográfica. No basta con saber dónde colocar la cámara o qué hacer con ella. Tienes que conocer al ser humano. Tienes que comprender a tus personajes. Tienes que amarlos.

Y tienes que confiar en tu receptor.

Qué fácil parece. Y qué difícil es.

viernes, 22 de junio de 2007

Héroes


Siempre he pensado que uno de los grandes problemas de la ficción española es la nula capacidad para la generación de héroes. Y no me refiero a un tío capaz de romperle la crisma a cabezazos al malo de turno o de plantar la bandera adecuada en el lugar oportuno. De hecho no se trata tanto del qué hace como del cómo es. Un héroe es alguien a quien nos gustaría parecernos, alguien que hace y dice cosas que nosotros no podemos. Alguien que siente más, que sufre más, que ama más, que odia más, que pelea más, que disfruta más. Alguién más.

Se me ocurren poquísimos personajes en la ficción española de los últimos años que lleven el sello que buscamos en los héroes. Julio Medem es de los que más cerca ha estado, con el Ángel de "Tierra" o el Jota de "La ardilla roja", que probablemente no son más que parcelas idealizadas de la personalidad del propio Medem. Y por lo que leo en las crónicas, el Benito Lacunza de "Bajo las estrellas" podría ir en esa dirección. Los perdedores como héroes.

¿Por qué ocurre esto?

La cuestión no es que no se puedan crear personajes heróicos, sino que no nos los creemos. Y ése es un problema del país, no sólo de la ficción.

Uno de los síntomas más claros de este escepticismo ante lo propio es la inexistencia de un star-system en nuestro cine. Es muy difícil que lleguemos a mitificar a un compatriota hasta el punto en que lo hacemos con un actor de hollywood. A uno de los nuestros siempre tendemos a colocarlo en su lugar, a relativizarlo y a humanizarlo, mientras que con un George Clooney o con una Scarlett Johannson la tendencia es la contraria. Han dejado de ser humanos para convertirse en otra cosa, en los dioses de nuestro tiempo.

Lo mismo nos pasa con los deportistas, los músicos, los policías... En USA tienen CSI y The Shield (ahí tenemos un héroe que es también villano) y nosotros tenemos a Los Hombres de Paco. No recuerdo ni un sólo personaje policíaco español que podamos admirar o que no provoque la risa. ¿De dónde vienen estos complejos? ¿Pór qué no nos creemos que un policía español puede ser tan atractivo, violento, inteligente o implacable como uno americano?

Y qué decir de los superhéroes. Que EL superhéroe español sea súperlopez dice mucho. Incluso nuestros nombres nos los tomamos a broma y los utilizamos como recurso para la parodia.

También ocurre con los lugares. ¿Dónde están los lugares míticos en nuestras películas? Una de las cosas que tienen en común las películas que me apasionan es el "me gustaría vivir en esa casa, frente a esa llanura, en ese rascacielos... me gustaría que esas personas existieran". Son universos atractivos. ¿Cuántas veces hemos sentido eso con una película española? ¿Dónde están los universos españoles?

La respuesta podría ser que nosotros no podemos mitificar lo nuestro por conocido, así que hay que esperar que fuera de España sí sean capaces de contemplar nuestros universos de ficción como lugares en los que les gustaría vivir.

¿Nos lo creemos?

jueves, 21 de junio de 2007

La América que amamos



Ayer estuve en el concierto de Jason Molina y sus Magnolia Electric Co en la sala Sol. No sé qué tiene Jason Molina que cada vez que abre la boca hace que me entren ganas de llorar. Su voz parece venir de un lugar muy antiguo, muy triste y muy familiar. Escucharle es como volver al vientre materno y no querer salir de él.

Qué coño tendré que ver yo con un tejano que canta en un idioma que apenas comprendo sobre sitios en los que nunca he estado para que lo sienta tan mío? Ni idea. Supongo que tendrá que ver con las películas, los discos y los libros que hemos mamado desde críos. Un porcentaje altísimo de las cosas que más he amado en mi vida vienen del lugar que ahora hay que odiar oficialmente, ya sea por los irakes, los blockbusters o los burgerkings. América la tenemos idealizada con el corazón, la tenemos tatuada en las entrañas. Nos acompaña y nos moldea desde hace demasiados años como para renegar ahora de ella.

Claro, que no era sólo la voz de Jason Molina. Dos guitarras cabalgando desaforadas una detrás de la otra o una encima de la otra (sí, "follando"), unos teclados que te abrían los pulmones y los poros cuando más lo necesitabas y una batería primitiva y desnuda hacían el resto.

Sí, las canciones se parecen mucho unas a otras, los desarrollos son previsibles y las armonías conocidas. Pero eso era lo que íbamos buscando. Volver a casa.

miércoles, 20 de junio de 2007

Alta tensión


Surcando las a menudo putrefactas aguas de la red me dí una vez de bruces con esta joya de foto. Tomada vaya usted a saber dónde, cuándo y en qué circustancias. Bueno, las circunstancias no son difíciles de adivinar. El "dónde" tampoco es tan difuso, nos bastaría un círculo de menos de 100km de radio para asegurar el tiro.

La incógnita del "cuándo" es la que me resulta interesante, porque me sale una ecuación cuya solución no es un valor fijo sino un rango que ocupa ya demasiados años. Quiero decir que esa foto pudo haber sido tomada hace 5 años, pero también podría serlo dentro de 2 días y, probable y desgraciadamente, dentro de 10 años. La sensación de inmovilidad, de imagen congelada que tiene el conflicto que ilustra esta foto es tan física como una patada en los cojones cuyo efecto nunca termina de desaparecer.

Pero de esto ya se habla mucho y siempre en vano.

Es la carga icónica y estética de la foto lo que me ha impulsado a postearla. El rostro eternamente contraído de Otegui y la máscara fría del ertzaina, frente a frente, perfectamente alineados, representando dos bandos en una guerra en la que hay por lo menos 17 ó 18 más.
No podemos evitar imaginar qué estará ocurriendo en esos 20 centímetros que separan un rostro del otro, un mundo del otro. 20 centímetros llenos de odio, de miedo, de incomprensión, de desesperanza. 20 centímetros de aire vibrando al son de palabras violentas, amenazadoras, frías, insensatas, necias. 20 centímetros que resumen un país.

Los dos periodistas que asoman al fondo, fuera de foco, completan el cuadro. Además de su función plástica (esa cabeza girada levemente para completar la diagonal apuntada por la visera del ertzaina) cumplen también una función simbólica: somos nosotros, enfrentados a un espejo que nos muestra una imagen que nos cuesta aceptar y que vemos imposible cambiar. Qué poco hacemos.