lunes, 30 de marzo de 2009

La tengo bajada - o el gatillazo de un diálogo


Estaba comprando mis entradas para el concierto de Manos de Topo de este sábado cuando los dos gafapastas que hacían cola detrás de mí, que hasta ese momento habían estado quejándose del plan de rehabilitación que mantiene en carne viva las trincheras del sur de Malasaña, se arrancaron con las siguientes lineas:

Gafapasta: - Bueno qué, y has visto la última de Clint Eastwood?
Pastagafa: - La tengo bajada.
Gafapasta: - Ah.

No fue malo el intento de Gafapasta iniciando una conversación que hace sólo 5 años les habría servido para cubrir 7 u 8 líneas de diálogo, sin forzar. Hablo de los tiempos en que las variantes de la disyuntiva planteada por esa pregunta no eran más que dos. Sí, algo rancio, anticuado y prosaico, pero fiable.

En la vieja y análogica era del homo sapiens lo que yo podría haber escuchado sería algo parecido a:

[Alternativa 1]:
Gafapasta: - Bueno qué, y has visto la última de Clint Eastwood?
Pastagafa: - Sí, la ví el viernes.
Gafapasta: - ¿Y?
Pastagafa: - Pues me gustó, pero tampoco me pareció la obra maestra salvadora del cine que todo dios dice que es.
Gafapasta: - Ya, a mí me pasó igual. No te parece por ejemplo que la secuencia del ataque de...

Etc, etc. Una conversación sana, un intercambio de opiniones sobre una base común, algo tan simple como dos amigos que han visto la misma película y que disfrutan hablando de ella.

Pero también podría haber salido así:

[Alternativa 2]:
Gafapasta: - Bueno qué, y has visto la última de Clint Eastwood?
Pastagafa: - No.
Gafapasta: - Es cojonuda, lo mejor que ha hecho desde Los puentes de Madison...supongo que la aguantarán todavía un par de semanas en el Ideal. Yo la ví allí, en versión original, que es como hay que verla porque el cabrón tiene una voz que flipas...
Pastagafa: - Ya...o sea que la recomiendas, ¿no? No sé, estaba dudando entre ésa y la de los indios pobres...
Gafapasta: - Nada, nada, vete a ver la del viejo Clint, te digo que vale los 7 eurazos.

Menos gratificante que la [alternativa 1] pero con un balance también muy positivo: una recomendación, una cuñita (metida un poco con calzador, vale) para dejar claro lo mucho que le gusta "Los puentes de Madison", una defensa del cine en V.O y un apunte crítico al precio de las entradas. Todo esto en 5 lineas, 26 segundos exactos.

Lo que provoca el aborto del guión en la vida real, en la era de "homo estupidis", es ese "la tengo bajada". Eso no es una respuesta, es un muro, un foso infestado de cocodrilos, un DIU que cierra el paso al espermatozoide para que no fecunde el óvulo de la conversación.

Si/no/la tengo bajada. Pastagafa marca la tercera opción porque se resiste a marcar la segunda. Porque marcar el "no" es doblemente humillante: no sólo no la has visto sino que ¡¡¡ni siquiera te la has bajado!!! Eso es admitir que no vives en este mundo, que no te mereces esa moleskine, ni ese iphone ni esos 137 amigos de tu facebook.

Aún hay más. Pastagafa le está diciendo a Gafapasta que no la ha visto pero que, si quiere, la puede ver. Ante esa circunstancia, al pobre GP no le queda espacio para su recomendación ni para la cuña de "Los puentes de Madison" ni para nada. ¿¿Qué le va a decir? ¿¿Que la vea??? Eso sería un ataque a su intimidad, pues entra en el ámbito de las decisiones domésticas. Lo siguiente sería decirle lo que tiene que cenar esa noche o cuántos polvos le tiene que echar a su novia.

Rizando el rizo, PG le está diciendo a GP que si no la ha visto es porque no ha querido. Lo cual me lleva a una conclusión terrorífica: "la tengo bajada" es una respuesta superior no sólo al "no" sino incluso al "sí"!! De locos.

P.S: Sospecho que Gafapasta tampoco había visto la película.

Al final de la escalera


Subía el miércoles pasado desde el andén de la estación de metro de Guzmán el Bueno pensando en el secreto del revés a una mano de Federer cuando me encontré con que el último tramo de escaleras mecánicas, el más largo y empinado, no funcionaba.

Durante unos segundos me quedé plantado frente a los filetes de acero, congelados en una disposición asimétrica que no hacía más que subrayar su estado no operativo. Ellos me miraban desafiantes, con actitud chulesca y aires de superioridad. Al no haber ningún cartel de aviso ni ningún anuncio de reparación en marcha, supuse que esa escalera había aprovechado su condición de automática para detenerse motu proprio - paradoja- y comenzar una huelga indefinida que reivindicara vete tú a saber qué derechos no concedidos. Es posible que no estuviera de acuerdo con sus horarios , con la irregularidad de las pausas para el bocadillo o con los pocos días de vacaciones mal pagadas, pero no creía yo que dejar en la estacada a tantos contribuyentes fuera el mejor camino para conseguir mejoras. Además, el hecho de que su compañera de tramo, la que se encargaba del transporte en sentido descendente, continuara leal y discreta con su servicio hizo que mi desprecio hacia la rebelde se afianzara, así que empecé a insultarla mientras me disponía a subir por las escaleras tradicionales.

Cuando llegué arriba, asfixiado y todavía muy cabreado, me giré para lanzarle una última mirada de desprecio y ví cómo una señora se acercaba al pie de las escaleras. No sé si porque iba con prisa o porque la inercia de su vida le impedía pararse a mirar, pensar y decidir, el caso es que enfiló la escalera en paro voluntario. Y ahí fue donde el espectáculo me enganchó.

La pobre mujer se había convertido en un polluelo recién salido del huevo. Cada paso suponía un triunfo. La cabeza gacha, la mirada reconcentrada, las manos temblorosas apoyándose en las bandas laterales (también en huelga) para buscar puntos de apoyo extra. Las piernas, que hasta el momento de entrar en la escalera se movían precisas y enérgicas, parecían haber olvidado la sencilla mecánica del caminar. Sólo a partir del séptimo u octavo escalón empezó a parecerse a un ser humano adulto subiendo una escalera y ya sí, los últimos diez los hizo con total seguridad, la cabeza alta y el amor propio recuperado.

¿Qué había pasado? Sus ojos habían visto una escalera mecánica y su cuerpo esperaba ser llevado en volandas hacia arriba, como ocurría siempre que se procesaba esa señal. El cerebro no tuvo tiempo para rectificar y cuando la señora empezó a subir aquello era un caos de órdenes y contraórdenes, reflejos condicionados y psicomotricidades en crisis de identidad.

Después de la señora vinieron un chico joven embutido en una camiseta de ac/dc, una pareja de ejecutivos y un jubilado en chandal con el marca en una mano y el paraguas en la otra. En todos pude observar las mismas disfunciones motoras y los mismos gestos de sorpresa e indefensión al verse arrojados a ese estado de incertidumbre, a esas arenas movedizas que sustituían a la tierra firme a la que estaban acostumbrados.

Comprendí entonces que la huelga de la escalera rebelde tenía un alcance mucho mayor del que había imaginado al principio y mi desprecio hacia ella se convirtió en admiración. Y miedo.

viernes, 27 de marzo de 2009

El sistema

El sistema.

Si utilizamos el método de clasificación clásico, ¿persona, animal o cosa?, marcaríamos la última casilla sin dudar. Sin embargo, no basta con leer una definición u oir hablar de él para comprenderlo. Como ocurre con todo lo que de verdad importa, para saber qué es el sistema hay que vivirlo, o mejor, padecerlo - en eso se parece al amor, un cacharro que sólo conoces de verdad cuando te machaca.

A primera vista parece un concepto débil, genérico, difuso, impreciso, hasta equívoco. Pero es concreto y real como un dolor de muelas, preciso y letal como un picahielos en manos de una rubia demasiado inteligente. Poderoso y unívoco como un dios. Un cacharro que percibes en forma de iluminación, de experiencia mística que marcará tu vida en adelante.

Yo lo he visto. Y no es un picahielos ni un dolor de muelas. Es un gigante. De acero.

He visto cómo me permitía juguetear con él, cómo parecía disfrutar con los preliminares, con nuestros movimientos de aproximación y seducción, las cosquillas, las peleas de mentirijillas. Y he visto cómo se iba impacientando poco a poco sin que yo quisiera darme por enterado. Y cómo un día me decía con su voz metálica: se acabó, no puedo perder más tiempo contigo. O estás conmigo o estás contra mí. Si estás conmigo súbete a mis hombros y te acomodaré en un lugar apropiado. No te faltará de nada, nadie podrá hacerte daño. Eso sí, a partir de ahora irás a donde yo vaya y verás lo que yo quiera que veas. Y ten en cuenta que una vez que te subas la única forma de bajar será saltando, y ves lo que mido, ¿no? Pocos sobreviven a la caida.

Da miedo decirle que no me voy con él.

Da miedo estar contra él, le he visto pulverizar a otros como yo entre sus manos, como si fueran hojas secas.

Y da miedo quedarme solo, más aún cuando veo tantas caras conocidas entre los que están sobre él. Padres, hermanos, amigos. Todos parecen mirarme y decirme: corre, súbete y vámonos!!

Estas últimas semanas se puede ver en televisión un spot de una compañía eléctrica que me provoca escalofríos. Porque hace que piense en el gigante. Y porque me ha revelado algo que no sabía o no quería saber. Mis padres, mis hermanos, mis amigos no están a lomos del gigante. Ellos son el gigante.

miércoles, 25 de marzo de 2009

ZP y SSL


ZP atravesó la puerta de su dormitorio a las 21:37, 15 horas y 23 minutos después de haberlo hecho en sentido contrario, y el olor a orina se coló hasta acomodarse en el rincón más íntimo de su pituitaria. Durante los 13 segundos que tardó en quitarse la corbata, ya frente al espejo, reflexionó: Cómo es posible que un producto de limpieza huela casi igual que un desecho orgánico. Cosas de la química, supongo. La química. ¡La úrea! Tres octavos de sonrisa asomaron desde el espejo, dibujados por la satisfacción de haber recuperado esa palabra de entre los escombros de aquellas clases con el bacterio. Igual que la coliflor. Siempre le había maravillado ese olor a mierda, especialmente cuando está en el punto más caliente de la cocción. Se dijo, ya con la corbata en la mano, que eso era importante y que tenía que comentárselo a SSL cuando la viera. En cualquier caso, lo que sí tenía que recordarle era que hablara con Juli para que no siguiera limpiando con amoniaco. Por lo menos no en su dormitorio, joder, que no he llegado a presidente para tener que dormir con esta peste a meados.

Ese tímido arranque de indignación le hizo sentirse agotado, así que 2 segundos y medio más tarde el cansancio había ganado la batalla dejando en el camino un cadaver de enfado. Realmente un enfado nonato, aún un feto de enfado.

Se sentó sobre la cama y dirigió su mirada hacia la pared color teja, en la que no había nada que ver. Por eso le gustaba, claro. Con el rabillo del ojo vio entonces cómo SSL aparecía en el umbral. Cerró los ojos, aspiró lo más profundo que sus aniñados pulmones le permitían y esperó con impaciencia a que el olor a leche y almendras de la loción hidratante (francesa) desalojara a patadas a la urea. Química contra química, pensó otra vez.

Una vez enlechado y almendrado se quitó el zapato derecho y luego el izquierdo, como siempre, sin poder evitar preguntarse si los zurdos lo harían al revés. Tenía que reconocer que siempre había querido ser zurdo. Se sorprendió también al darse cuenta de que jamás relacionaba sus zapatos con su apellido, aunque imaginaba que mucha gente sí lo haría. Era comprensible. Se preguntó si las mujeres que se llamaban Victoria o Esperanza tendrían una relación distinta, más consciente, con sus nombres. Esperanza. Una nube gris cubrió durante un instante la leche y las almendras de su cerebro pero la expectativa ante el mejor momento del día la ahuyentó de un soplido.

ZP se bajó sus calcetines hasta los tobillos y se rascó durante 21 segundos las hendiduras que habían dejado las gomas alrededor de sus pantorrillas. 21 segundos para borrar 15 horas y 24 minutos.

Pasado ese tiempo ZP se giró por fin hacia la puerta, desde donde SSL, su sonrisa y su silencio lo miraban.

-Hola.

-Hola.