Un amigo me dijo la semana pasada que me recomendaba cambiar el color de fondo del blog, que lo pusiera blanco en lugar de negro. Para mí esa elección se basa en un equilibrio entre dos fuerzas, la legibilidad y la estética, y yo le expliqué que prefería sacrificar un poco de lo primero para ganar en lo segundo. Él se rió de mí al aclararme que su consejo no tenía nada que ver con esas dos fuerzas (esto lo dijo con cierto retintín), sino por otra razón, también muy concreta. Así me la expuso:
Cuando estás trabajando en una oficina y te pones a navegar por internet, abandonando por tanto temporalmente sus obligaciones contractuales, intentas meterte en páginas que no sean demasiado llamativas o que, en caso de que un superior o un compañero indeseable tengan acceso visual a tu pantalla, puedan parecer documentos de trabajo o al menos información relacionado con tus tareas. No existen páginas útiles o necesarias para un profesional serio que tengan un fondo negro, rojo o verde. El blanco es aséptico, pasa desapercibido, no te delata. Por eso sueles evitar pinchar en las páginas que sabes que te pueden poner en evidencia.
Me pareció una razón de mucho peso, pero también me hizo pensar en lo extrañas que son las motivaciones que llevan a la gente a hacer una cosa u otra. A que tu madre vaya a ver esa película francesa sobre un coro infantil en lugar de la española que le recomendaste no menos de diecisiete veces o a que esa chica se enamore del mamarracho de la tienda de discos en lugar de hacerlo de tí. Quizás es que eres un fondo de pantalla azul y ni siquiera lo sabes.
Y es que detrás de las acciones más trascendentales pueden esconderse las razones más peregrinas.
El sábado pasado estaba viendo ese homenaje al fútbol que llevaron a cabo en el Bernabeu un grupo de chavales de veintipocos vestidos de azul y rojo. Casi al final del partido, cuando ya habíamos visto los 8 goles, un amigo que estaba a mi lado me dijo: "Menos mal que no son vascos". Yo no entendía, "¿quiénes, los del Barca?". "Sí", me dijo, y me miró como diciéndome "ya sabes por qué lo digo y si no lo sabes eres tonto". Ante una mirada como ésa lo único que puedes hacer es poner cara de estar de vuelta y dejar para tu intimidad el penoso proceso de intentar encontrar ese significado oculto que antes ni has olido.
"Menos mal que no son vascos", me repetía cuando me quedé solo. Qué raro, pero si él es vasco, por qué no iba a querer que...Como no acababa de ver la luz encarando el problema de esa forma, decidí darle la vuelta. Así que pensé: "El equipo que acaba de dignificar el fútbol y ha humillado al club más grande de la historia es vasco". Entonces ocurrió. Lo ví, ví el monstruo de 7 cabezas que mi amigo había contemplado. Y daba mucho miedo, es verdad.
Menos mal que Xavi, Iniesta, Pujol o Piqué no son vascos. Menos mal que Nadal no es vasco. Menos mal que Fernando Alonso no es vasco. Menos mal que Pedrosa y Lorenzo no son vascos. Menos mal que Ferrán Adriá no es vasco. Menos mal que Calatrava no es vasco. Menos mal que Almodóvar, Amenábar, Balagueró o Penélope Cruz no son vascos.
Menos mal que los equipos de fútbol vascos llevan años arrastrándose por los campos de 1ª y 2ª división. Menos mal que los años dorados del equipo ciclista euskaltel pasaron a la historia. Menos mal que parece que Medem nunca ganará un Oscar y que la BBK nunca será la caja más potente del país.
Lo de Nadal es especialmente reconfortante. No quiero ni imaginar lo que podría estar pasando en el País Vasco en estos meses tan decisivos si Nadal fuera vasco. Qué estaría ocurriendo en las cabecitas nacionalistas, las leyendas de supremacía racial que se podrían estar construyendo en torno a unos cimientos como ésos: el mejor tenista del mundo.
Estoy convencido de que si Nadal hubiera sido vasco, Patxi López no sería hoy lehendakari. Razones peregrinas para hechos trascendentales. La especialidad de los nacionalismos.