Ese "es lo que es" es lo que va a marcar en muchos aspectos los límites de tus posibilidades. Tus condiciones de contorno. Las ideas, los frutos de tu imaginación son maleables, las estiras y las manipulas a tu antojo para ir adecuándolas a lo que crees que necesitas. Coste cero y resultados garantizados.
La realidad es más cabrona: te va a empezar a marcar las diferencias entre lo que has estado soñando y lo que vas a poder tener entre tus manos cuando todo acabe. Diferencias que casi siempre son renuncias.
Parece crítico. Y lo es. La elección de los actores y de las localizaciones es uno de los momentos cumbre del proceso. Y lo que acojona es que ocurre meses antes de terminar el trabajo. Punto de no retorno. El corto se convierte en una bola de nieve que se precipita pendiente abajo y ya no hay quien la pare.
Todo esto trae consigo una sensación de vértigo, pero también una emoción intensa. Si los actores son los adecuados, si la localización es buena, empiezas a ver a tus personajes moviéndose por ella, viviendo en ella. El guión, muerto hasta ese momento, empieza a respirar. Levántate y anda.
A veces lo que encuentras supera las previsiones más optimistas. Enamorarte de una localización es como enamorarte de una mujer sabiendo que es la que tiene que ser. Hasta a los ateos nos entran ganas de rezar para que nuestro amor sea correspondido.
Recemos.
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