miércoles, 3 de junio de 2009

El mundo en blanco

Acabo de empezar a escribir mi primer guión de largometraje chispas y me ha faltado tiempo para darme de bruces con la madre del cordero.

El escritor o el guionista puro tienen como misión rellenar un espacio perfectamente delimitado, 210 milímetros de lado a lado, 297 de arriba abajo. Podrán ser 87 ó 95 ó 753 páginas de ese tamaño, pero no deja de ser un producto medible, pesable, tasable. Completo. Cuando esas letras que forman palabras que forman secuencias hayan dejado de aparecer después del punto final, el trabajo estará terminado. Mejor o peor, pero terminado.

Ahí el obstáculo a vencer es una hoja en blanco. En mi caso, la sensación que tengo es que la hoja en blanco no es nada. No es mi enemigo porque derrotarla no me supone victoria alguna. Puedo hacer virguerías sobre todas ellas, desde la primera a la última hoja, y aún estaré muy lejos de poder dar por terminado mi trabajo. El punto final no lo podré poner hasta que el último fotograma salga procesado de la máquina de etalonaje.

Y es que mi enemigo es un mundo en blanco. Todos los elementos de mi película tienen que ser creados, conjurados. No basta con describirlos como en la literatura, sino que tienen que existir, el espectador los tiene que ver, no sólo imaginar. Los personajes, el universo en que viven, las leyes que los rigen y las relaciones que se establecen entre ellos. Lo que no aporta el receptor lo tengo que poner yo.

La voluntad de estilo, de la que se habla como síntoma de ego superlativo o de ínfulas autorales, puede que no sea más que una utilísima herramienta para enfrentarse a ese mundo en blanco. El vacío absoluto al que te enfrentas cuando no dispones de él, deja de ser infinito y terrorífico cuando tu estilo empieza a delimitar las zonas en las que te vas a mover. Tu inclinación por ciertas líneas argumentales. Tu forma de planificar las secuencias. Esas normas tan concretas en el uso de la música extradiegética. Ese empeño en el "no acting". Cuanto más inflexible y preciso seas en la construcción de tu estilo, mejor. Porque ese mundo en blanco dejará de ser tal. El vacío tendrá zonas en las que podrás hacer pie.

El estilo no es más que un dogma y hace lo que todos los dogmas: hace la vida más fácil. Simplifica. Y por eso, empobrece. Está bien que haya creadores de estilo inmutable y reconocible, pero puede ser más importante contar con valientes que se lancen al vacío en cada película.

En cualquier caso, ¿cuál es la madre del cordero de la que hablaba al principio? Precisamente preocuparme por estas cuestiones. Lo que me gustaría es saber manejar las diferentes personalidades que anidan en mí y que ahora fuera el "Asier guionista" el que hiciera el trabajo. Y que su objetivo final no fuera una película sino un guión a secas. Letras, palabras y secuencias escritas en hojas de papel. A partir de ahí, lo ideal sería matar al guionista y dejar que el "Asier director" asumiera el mando.

Veremos.

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