miércoles, 25 de marzo de 2009

ZP y SSL


ZP atravesó la puerta de su dormitorio a las 21:37, 15 horas y 23 minutos después de haberlo hecho en sentido contrario, y el olor a orina se coló hasta acomodarse en el rincón más íntimo de su pituitaria. Durante los 13 segundos que tardó en quitarse la corbata, ya frente al espejo, reflexionó: Cómo es posible que un producto de limpieza huela casi igual que un desecho orgánico. Cosas de la química, supongo. La química. ¡La úrea! Tres octavos de sonrisa asomaron desde el espejo, dibujados por la satisfacción de haber recuperado esa palabra de entre los escombros de aquellas clases con el bacterio. Igual que la coliflor. Siempre le había maravillado ese olor a mierda, especialmente cuando está en el punto más caliente de la cocción. Se dijo, ya con la corbata en la mano, que eso era importante y que tenía que comentárselo a SSL cuando la viera. En cualquier caso, lo que sí tenía que recordarle era que hablara con Juli para que no siguiera limpiando con amoniaco. Por lo menos no en su dormitorio, joder, que no he llegado a presidente para tener que dormir con esta peste a meados.

Ese tímido arranque de indignación le hizo sentirse agotado, así que 2 segundos y medio más tarde el cansancio había ganado la batalla dejando en el camino un cadaver de enfado. Realmente un enfado nonato, aún un feto de enfado.

Se sentó sobre la cama y dirigió su mirada hacia la pared color teja, en la que no había nada que ver. Por eso le gustaba, claro. Con el rabillo del ojo vio entonces cómo SSL aparecía en el umbral. Cerró los ojos, aspiró lo más profundo que sus aniñados pulmones le permitían y esperó con impaciencia a que el olor a leche y almendras de la loción hidratante (francesa) desalojara a patadas a la urea. Química contra química, pensó otra vez.

Una vez enlechado y almendrado se quitó el zapato derecho y luego el izquierdo, como siempre, sin poder evitar preguntarse si los zurdos lo harían al revés. Tenía que reconocer que siempre había querido ser zurdo. Se sorprendió también al darse cuenta de que jamás relacionaba sus zapatos con su apellido, aunque imaginaba que mucha gente sí lo haría. Era comprensible. Se preguntó si las mujeres que se llamaban Victoria o Esperanza tendrían una relación distinta, más consciente, con sus nombres. Esperanza. Una nube gris cubrió durante un instante la leche y las almendras de su cerebro pero la expectativa ante el mejor momento del día la ahuyentó de un soplido.

ZP se bajó sus calcetines hasta los tobillos y se rascó durante 21 segundos las hendiduras que habían dejado las gomas alrededor de sus pantorrillas. 21 segundos para borrar 15 horas y 24 minutos.

Pasado ese tiempo ZP se giró por fin hacia la puerta, desde donde SSL, su sonrisa y su silencio lo miraban.

-Hola.

-Hola.

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