miércoles, 1 de agosto de 2007

Un verano en la luna

Hoy os dejo algo que me ha escrito Velurio esta mañana. Hablando de nostalgias y de los cambios que en nuestra vida provoca la tecnología. Velurio llegó a París a finales de junio del 97 para pasar dos meses allí. Objetivo: desempolvar definitivamente su francés. Intentaría subsistir como camarero, profesor de español o músico callejero. Un viaje que había estado deseando hacer durante años y que ahora llegaba en el peor momento.

A Allison (sigue con su obesión Pixies) la había conocido un par de semanas antes en una fiesta universitaria. Conectaron desde la primera cerveza, desde el primer acorde de la primera canción. Pero Velurio siempre fue lento con las tías, le costaba ir conquistando terreno. Precavido y segurola, no daba un paso adelante si existía la menor posibilidad de quedarse con el culo al aire. Restos de una educación conservadora y reprimida -y de una falta de cojones alarmante, diría yo.

La última noche antes de salir hacia París se besaron por primera vez. Habían sido 15 días de cocción a fuego lento: cafés, cines, llamadas interminables. Y ahora que el plato estaba listo, él con la servilleta anudada al cuello y el tenedor en ristre, tenía que dejarlo encima de la mesa. No sólo se enfriaría -Velurio odia la comida recalentada- sino que alguno de sus compañeros de mesa se abalanzaría sobre su plato en cuanto él desapareciera.

Por su cabeza llegó a pasar la posibilidad de anular el viaje. Si no fuera por su absurdo orgullo, que más le valdría sacar a relucir en otras ocasiones.

En París la cosa fue bien desde el principio. Encontró trabajo como barrendero (el aire libre y poder recorrer la ciudad a pie le pareció perfecto). Hizo amigos franceses. Consiguió un apartamento céntrico y barato. Lo pasaba bien, pero no podía dejar de pensar en Allison. La había llamado dos veces a cobro revertido, pero no la encontró en casa y dejó de intentarlo.

Qué estaría viendo por la tele. Qué tiempo haría en la piscina esa tarde y lo morena que se estaría poniendo. Con quién estaría tomando cañas. Él en París y ella en otra galaxia.

Hasta que una noche se fijó en la luna. Redonda, amarilla, enorme, era imposible no hacerlo. Y se dio cuenta. No podían compartir el mismo programa en la tele ni el mismo bar ni la misma cartelera de cine. Pero sí la luna: la de París era la misma que la de Madrid. Quizás se vieran de forma ligeramente distinta, pero eran la misma cosa, eso estaba claro.

Saber que ella podrían estar mirándola a la vez que él. Pensar que los dos podrían estar compartiendo el mismo objeto al mismo tiempo. Eso salvó su verano, hizo las noches de aquellos dos meses más soportables. La luna unía dos galaxias a años luz de distancia.

Velurio me dice que algo así es irrepetible. Hoy tenemos móviles y correo eléctrónico y messenger. La luna ya no significará para nadie lo que significó para él aquel verano. Nadie la necesitará ya como la necesitó él.

PS: Le he preguntado cómo terminó su historia con Allison y el cabrón de él se ha negado a contármelo. Insistiré.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Egunon Asier, acabo de descubrir de casualidad tu blog (aunque no creo que nada en la vida sea casual) y lo que se lee es una pasada. Da gusto leerte. Musu bero bat. Agur!!!

Un blog de Asier Iza dijo...

Entiendo que me conoces, pero yo no caigo... Alguna pista?

Anónimo dijo...

Buff! Ni te acordarías de quien soy. Para qué entonces?
Una putada lo de Kimuak, pero seguro que habrá muchas más ocasiones para demostrar tu gran talento! Animo!

Anónimo dijo...

Lo entiendo porque yo la sigo necesitando