lunes, 25 de junio de 2007

El fuera de campo

Uno de los recursos narrativos que más me gustan y que peor se usan en el cine es el "fuera de campo". Como la teoría todos nos la sabemos muy bien no hace falta que nadie nos explique lo importante que es la administración de la información: el control de lo que contamos y de lo que no contamos. Lo que mostramos y lo que no mostramos. La velocidad a la que mostramos. El punto de vista desde el que mostramos. En fin, las madres del cordero de toda la cosa ésta de contar cuentos.

En el audiovisual es todo un poco más delicado que en el resto de disciplinas artísticas (toda obra de arte está contando algo, no?) porque las herramientas de las que disponemos para contar son tan brutales, tan numerosas y tan exhaustivas, que muchas veces lo difícil es no contar. Si cuentas, ya no sugieres, y estarás cometiendo el mismo error que esa jovencita que para calentar a su príncipe azul se queda en cueros en el minuto 1, cuando él preferiría disfrutar de un trabajo más "imaginativo" antes de encontrarse de golpe con todo el pastel. Y es que eso que él se imagina es en muchos casos mejor que lo que luego se le ofrece.

Por eso es tan importante saber renunciar a la narración explícita en favor de la capacidad de sugestión. Si tengo 6 ó 7 posibles canales para llevar información a mi receptor, estaría bien que renunciara a unos por aquí y a otros por allí para que él complete el puzzle con su aportación personal, que, no sé muy bien por qué, enriquece la experiencia de forma letal. Siempre he creído que ésta es la gran ventaja de la literatura sobre el cine: la aportación del receptor.

Por supuesto, aquí nos movemos en una finísima linea, la que separa una escena que sugiere de una que no se entiende, que es donde muchos directorzuelos de segunda división nos metemos la ostia...

Todo esto parece trivial sobre el papel, pero qué jodidamente complicado es hacerlo ahí fuera.

La semana pasada ví "La soledad", la nueva maravilla de Jaime Rosales. Ahí me encontré con uno de los "fuera de campo" más emocionantes, efectivos y consecuentes que he visto en mi vida. En la escena en cuestión Adela llega a su casa después de la muerte de su hijo y su compañera de piso, Inés, la espera planchando. Mantienen una conversación en la que sólo se nos da un plano fijo de Inés. A Adela la oímos pero no la vemos. Pues bien, su presencia, su dolor, su tristeza y su rabia se apoderan del plano de una forma increíble. Sin ninguna imagen de ella, sin ninguna palabra altisonante. Milagros del fuera de campo. Creo que ninguna otra estrategia para esa secuencia nos habría dado a una Adela más presente.

Para conseguir esos minutos de cine puro no basta con saber de narrativa cinematográfica. No basta con saber dónde colocar la cámara o qué hacer con ella. Tienes que conocer al ser humano. Tienes que comprender a tus personajes. Tienes que amarlos.

Y tienes que confiar en tu receptor.

Qué fácil parece. Y qué difícil es.

2 comentarios:

Mireia Torres dijo...

me ha encantado tu texto.
Claro y conciso
Yo tambien pienso lo mismo acerca de ese fuera de campo en La Soledad..se me ponian los pelos de punta!
Un saludo

Anónimo dijo...

O.o