jueves, 2 de abril de 2009

Embajadas


Volvíamos este domingo en tren desde Irún, en uno de esos asientos de 4 plazas en los que te ves atrapado durante más de 5 horas - ¡5 horas! - en una intimidad agresivamente frontal con dos completos desconocidos. Una ventaja de viajar en pareja es que la persona que llevas al lado es la que tú has elegido, así que no caben sorpresas en forma de malos olores, ronquidos o conversaciones indeseadas. La disposición a 4 de algunos trenes aniquila esa ventaja y te coloca a metro y medio de dos cuerpos extraños cuyo potencial para arruinarte el viaje es infinito.

También es verdad que esa situación puede ser más llevadera con absolutos desconocidos, con los que no tienes por qué interactuar, que con un conocido o incluso un amigo. Y es que la palabra amigo debe de ser de las más imprecisas del castellano porque incluye departamentos muy distintos dentro del organigrama emocional de cada uno. Todos tenemos claro que entre nuestros amigos hay muchos con los que nunca haríamos ciertas cosas a solas, como dar un paseo, ir a cenar o hacer un viaje en tren.

El domingo nos tocó una pareja francesa de mediana edad. Agradables y discretos, a los 10 minutos nos habíamos acostumbrado ya a su presencia y para la mitad del trayecto los sentíamos como nuestros, integrantes del equipo 1ABCD, haciendo piña contra el resto del vagón. Ni siquiera el que soltaran algo en francés de vez en cuando rompía la ilusión de que formábamos una pequeña familia bien avenida. Hasta que sacaron su periódico.

Cuando vives en el extranjero los periódicos españoles se convierten en embajadas sentimentales. No es una sensación vinculada al idioma, sino a pequeños apuntes de rutina nacional que has mamado desde crío: el formato y la disposición de los autodefinidos, la programación de la tele, la sección de deportes, las viñetas humorísticas. Más de una vez durante mis años en Alemania me sorprendí ojeando con cariño las páginas del ABC o del Gara, inimaginables lecturas estando en España pero que pasaban a tener un aura casi maternal en el exilio.

Los franceses del tren recurrieron a su embajada sentimental y el espíritu del equipo 1ABCD se disolvió como un azucarillo. En ese periódico los colores estaban descolocados, los pasatiempos eran obtusos y la programación de la tele se camuflaba en el suplemento central. Otra galaxia. Desde ese momento viajamos hasta Madrid con dos extraterrestres.

También ocurre a nivel doméstico. Tu periódico habitual construye tu rutina íntima, como las zapatillas de casa o el cepillo de dientes. Leer un periódico distinto es como secarse con la toalla de otro o freir un huevo en una sartén que no es tuya. Algo no encaja, sólo es una toalla, sólo es una sartén, pero...

Embajadas de uno mismo.

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