lunes, 23 de julio de 2007

El guión 10


Una etapa pirenaica del Tour de Francia es un manjar. Si es en fin de semana, después de comer y de resaca, el cóctel ya es infalible. Pensado fríamente, no hay mucho a lo que agarrarse cuando intentamos analizar su presumible espectacularidad: ni grandes virtuosos, ni despliegues tácticos o técnicos, ni alternancias en el marcador, ni superestrellas. ¿Qué tiene esa chica que ni es guapa ni baila bien ni habla francés, para que nos vuelva locos a todos?

Las razones por las que una etapa como la de ayer nos agarra por los huevos y no nos suelta son las mismas por las que lo hace una película bien construida. Un último puerto es un tercer acto perfecto, lleno de tramas culminando de las formas más diversas. Tenemos certezas, incertidumbres, sufridores, héroes y villanos. Llegan los desfallecimientos, las resurrecciones, los acuerdos, las traiciones. Trabajan los gregarios, rematan los líderes. Y todo ocurre bajo un manto de sufrimiento extremo, que transforma cualquier movimiento en un gesto épico.

No hay imagen más gráfica de la derrota, de la humillación, que un ciclista (y más si es uno de los favoritos) quedándose solo al no poder seguir al grupo de cabeza. Plomo en las piernas. Hormigón armado en sus ruedas. Esa soledad, esa impotencia, ese sufrimiento físico y moral tienen una fuerza descomunal. Material narrativo de primera.

El ciclista que se escapa del grupo con pedaleo ligero, bailando sobre los calapiés, dejando a los demás como congelados en el espacio. Pocos momentos más exultantes.

El gregario que tira de su lider, observándolo y animándolo como una madre a su cachorro. Pocos momentos más tiernos.

El que se agarra al ritmo del grupo, "haciendo la goma", recurriendo a no se sabe qué reserva de energía. Pocos momentos más agónicos.

Y cuando todo se acaba, queda todavía un epílogo escalofriante: la llegada a meta de los que se han ido quedando por el camino. Esos a los que no hemos podido acompañar en la subida. Fantasmas que reaparecen, personajes que habían muerto para la trama principal pero que han seguido librando su batalla personal de forma anónima, en una dimensión paralela y misteriosa. ¿Cómo habrá sido su subida? ¿Qué habrá pasado en esa media hora para que éste haya terminado llegando a la vez que ése? ¿Qué habrá ocurrido para que haya perdido 17 minutos o para que llegue con el culote roto? Nunca lo sabremos. Las elipsis, que a veces nos roban lo que queremos que se nos cuente.

Yo de mayor quiero hacer una película como una etapa pirenaica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ojalá puedas. Necesitamos épica en el cine español...y nos sobra, por ya conocido, cutrez, tetas, guerra civil, yonquis y frikis. Necesitamos héroes y villanos, entretener, llenar salas pero con calidad.