martes, 10 de julio de 2007

Flechazo

Hay una fase especialmente apasionante en el proceso de gestación de un corto en la que vas viendo cómo las piezas que han revoloteado perezosamente dentro de tu cabeza durante meses se van transformando en elementos reales. Personas y lugares. De lo que sólo existe en tu cabeza, de una idea (ideal), pasas de pronto a algo que es lo que es.

Ese "es lo que es" es lo que va a marcar en muchos aspectos los límites de tus posibilidades. Tus condiciones de contorno. Las ideas, los frutos de tu imaginación son maleables, las estiras y las manipulas a tu antojo para ir adecuándolas a lo que crees que necesitas. Coste cero y resultados garantizados.

La realidad es más cabrona: te va a empezar a marcar las diferencias entre lo que has estado soñando y lo que vas a poder tener entre tus manos cuando todo acabe. Diferencias que casi siempre son renuncias.

Parece crítico. Y lo es. La elección de los actores y de las localizaciones es uno de los momentos cumbre del proceso. Y lo que acojona es que ocurre meses antes de terminar el trabajo. Punto de no retorno. El corto se convierte en una bola de nieve que se precipita pendiente abajo y ya no hay quien la pare.

Todo esto trae consigo una sensación de vértigo, pero también una emoción intensa. Si los actores son los adecuados, si la localización es buena, empiezas a ver a tus personajes moviéndose por ella, viviendo en ella. El guión, muerto hasta ese momento, empieza a respirar. Levántate y anda.

A veces lo que encuentras supera las previsiones más optimistas. Enamorarte de una localización es como enamorarte de una mujer sabiendo que es la que tiene que ser. Hasta a los ateos nos entran ganas de rezar para que nuestro amor sea correspondido.

Recemos.

No hay comentarios: